sábado, 17 de agosto de 2013

Rv: Bitácora, primeros días.


         Llegamos a Rivesaltes alrededor de las cinco de la tarde del día 7. El coste del viaje fue de 46 euros en peajes y 86 euros en gasolina, aunque cuando llegamos el depósito estaba prácticamente lleno. La primera noche, a petición de mi compañero, la pasamos en una habitación de hotel y que él pagó. Entendí que pidiera una cama, lo recogí en Valencia a las nueve de la mañana, un poco pasadas, y estuvo viajando toda la noche, desde Vitoria. Su salida fue el día seis, a las diez de la noche y llegó a Valencia a las seis de la mañana. Decidí no compartir la cama, no por pudor, sino para que pudiese descansar. Dormí en el suelo, utilizando como almohada una bolsa de viaje. Lo mejor no fue la noche, fue la ducha de la mañana siguiente.
 
          El día 8, alrededor de las 8 de la mañana ya estábamos listos y salimos en busca de las cavas (así se conocen en Francia a las bodegas) y en la primera que entramos nos dicen que están completos, pero la chica que nos atiende nos envía a otra, que, según dice, es muy importante en esta zona. Cuando llegamos a esa cava, Cazes, se llama, nos encontramos que está cerrada. Son algo más de las 12 del medio día, hora de comer aquí. Así que decidimos retirarnos a comer nosotros también. Al querer volver a la cava, nos perdemos y damos un pequeño rodeo, pero por el camino encontramos otra cava más. Una más pequeña, en la que nos atiende una mujer de mediana edad, nos hace unas fotocopias al DNI y la tarjeta sanitaria europea. Nos llena de esperanza para ser el primer día. Salimos de allí y pronto localizamos la cava que íbamos buscando y estaba abierta, pero estaban completos. Salimos a recorrer un par de cavas más que habíamos visto en Rivesaltes, pero resultaron que tan sólo eran restaurantes con nombre de bodega y una gran vinacoteca como parte de su oferta. Terminamos el día en el centro comercial Claira, donde aprovecho el wifi gratuito para hablar con mi mujer por "wasap", compramos la cena y el maldito camping gas, que me cuesta la friolera de veinte "aurelios".
 
         El día 9, nos levantamos a las 6 de la mañana tras hacer noche en el coche, como estaba previsto en el guión inicial, en un camino retirado. Luego acudimos al centro del pueblo a tomar un café, que paga El Gallego. Aunque sí él no hubiese pagado, nos habrían invitado de todos modos, pues de cuatro clientes que había en el bar a esas horas, cuatro eran españoles que emigraron en los 50 y 60. Uno de ellos es joven, seguro que si pasa los 40 años es por poco, y nos cuenta que el fue allí de pequeñito con sus padres. Nos cuentan varias cosas sobre la situación actual francesa, nada halagüeñas, por cierto, y continuó la charla sobre situaciones que ellos vivieron cuando llegaron aquí.
 
         Quizá tome parte de la conversación para la novela.
 
         Uno de ellos nos da el teléfono de un patrón y otro nos indica que lo tendremos más fácil si vamos a la cava cooperativa. Eso hacemos. Y tras muchas vueltas por las rotondas que nos habían indicado, nos dimos de morros con la cooperativa cuando estábamos a punto de abandonar su búsqueda. Allí anotan nuestro nombre y el número de teléfono. Después vamos a un pueblo de al lado, Sant Lauren, y vamos a otra cava que nos indicó un parisino el día que llegamos. Algo nos dijo que podría haber suerte allí, la señora que nos atiende nos envía a hacer fotocopias del DNI y de la tarjeta sanitaria europea. Cuando regresamos, le insisto en si hay trabajo y nos dice: en vendimia sí.
 
         El Gallego tiene que volver a España a gestionar la tarjeta sanitaria europea y lo llevo a Perpignan para que coja un tren de vuelta. Pasaré la noche en el coche, pero en otro camino, pues en el de la noche anterior pertenece a una propiedad privada y no me gustaría que la police me visitara a mitad de sueño.








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